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Familia: hasta aquí llegó

Por mucho que se le haya querido lavar la cara al concepto de familia, no deja de tener la raíz latina de famulus, sirviente doméstico. Así pues, la familia es literalmente la servidumbre encabezada por el pater familias, expresión con un genitivo arcaico que denota su antigüedad, concepto patriarcal donde los haya. De hecho, los hijos se denominaban en conjunto liberi porque eran libres a diferencia de la servidumbre esclavizada, como da testimonio la expresión “liberi non puniendi propter peccata parentum” que dice en un lenguaje tan absolutamente neutro “los hijos no deben ser castigados por las faltas de sus padres” que deberíamos decir “la prole no debe ser castigada por las faltas de sus progenitores”. Porque en latín había pater y mater bien diferenciados, y no solo por sexismo (patrimonio vs. matrimonio), aparte de parens que era progenitor. De hecho, pater y mater eran padre y madre legales, correspondieran o no con los biológicos, que tenían sus propias palabras genitor y genitrix.

Los códigos civiles modernos, aunque conservan expresiones como “diligente padre de familia” absolutamente anacrónicas, han ido adaptándose a la simetría de la relación conyugal, a la más temprana emancipación de la prole, incluso a que la pareja conyugal sea del mismo sexo. Lo que no les entra en la cabeza es un cónyuge no binario, y menos con las TERFs presionando. Pero la fundación tradicional de la familia, el matrimonio, sigue recibiendo oxígeno para mantener un pack de obligaciones y derechos cerrado de manera artificial.

¿Y la familia? Como el lema de París, “fluctuat nec mergitur” [abatida por la olas pero no hundida]. Porque, allí donde se engendre prole, habrá familia. Podrán inventarse familia política, basada en el matrimonio, pero la verdadera familia es la que se da por consanguinidad. Y bien claro lo tenían las patriarcales casas reales, donde una reina consorte sólo mantenía póstumamente su condición si había engendrado infantes para la casa real. Pues sí, una pareja no casada no es familia, en general, pero si tiene descendencia común, entonces son familiares consanguíneos de segundo grado, como los hermanos entre sí.

¿Y que le digo a la familia? ¡Hasta aquí hemos llegado! Ya tengo una familia, y crece colateralmente, pero de mí no crecerá en lo que de mí dependa ni por matrimonio ni por descendencia. Ya tengo una familia. ¿Para qué quiero más? ¿Para permitir que se reproduzcan roles que considero dignos de abolición? Para mí, el pater familias ha sido un abusador en todos los sentidos menos el sexual, y la madre, cómplice. Aun así sigue siendo una de las personas en las que más confío IRL. De toda mi familia, solo a ella le he revelado mis orientaciones (asexual y arromántico) y mi identidad de género (agénero), aunque con descriptores en lugar de etiquetas.

Precisamente ser asexual y arromántico encaja muy bien con mi deseo de no formar familia, aunque lo veo más como una afortunada coincidencia que como una consecuencia. Y el ser agénero, no fundando familia, me evita todos las problemas que esta institución altamente generizada me traería.

Hay gente que se busca una “familia elegida” y, por mucho rechazo que me produzca el primer término, añadiéndole el segundo no les culpo de tener que acuñar así por necesidad. Aunque la familia elegida tampoco es nueva, y puede rastrearse en monasterios y conventos. Envejeceré y necesitaría una familia elegida, pero tiendo a trabar mejor amistades a distancia que presenciales. ¿Qué opción me queda? Criar hijos para dejarles el marrón de cuidarme es casi como esclavitud y me niego, por mucho que ese haya sido históricamente el fundamento de la sociedad.