¡Adiós masculinidad!
Adiós, masculinidad, no creo que te eche de menos.
Has sido una losa de expectativas desde incluso antes de haber nacido.
Te sirves de progenitores, profesores y compañeros.
Te cuelas como consecuencia natural de una anatomía
y acallas las voces de los disidentes con palabras malsonantes.
Te infiltras desde la más tierna infancia para fraguar prejuicios,
porque tus yugos no resisten al más básico análisis lógico.
Una masculinidad que implica heterosexualidad y dominación,
que se alza como primer sexo en su jerarquía social,
relegando a la mujer como segundo,
y negando la existencia de terceros.
Una masculinidad que obliga a reprimir al disidente,
pues en ello se basa su propia supervivencia.
Siendo asexual y arromántico, tardé tiempo en darme cuenta de ello.
Me demoró tu filtro heterosexista que leía lo heteroplatónico como atracción,
mientras que desdeñaba lo homoplatónico como amistad.
Aun extravagante y sin intención de atraer a nadie,
descubrir mis orientaciones fue una liberación parcial de ti.
Una de las excusas para imponer tus cánones quedaba vacía para mí.
Más tiempo aún tardé en cuestionarme mi género,
que presentas imbricado con el sexo biológico.
Pero la comunidad asexual me dio el cuchillo para separar atracciones.
Me dio las herramientas para no quedarme en un espectro lineal de dos extremos.
Con estas armas pude romper el nudo gordiado, separando sexo y género.
Así puede ver que menos masculino no implica más femenino.
De esta manera me pude definir como agénero de pleno derecho,
saltándome los mandatos que a mi tipo de cuerpo impones.
El macho ibérico no está en vías de extinción,
sino que está evolucionando a formas más sutiles,
aunque ello implique soltar algo de lastre para salvar el barco.
Antes tenías a las señoras machistas que imponían tu ley aun siendo perjudicadas.
Pero ahora, incluso en tu enemigo natural te has infiltrado.
Todo sea por salvar los muebles de las expectativas de sexo y género.
Todo sea por apagar cualquier conato de terceras opciones.
Soy ciudadano del sexo masculino, pero un ciudadano libre, no un súbdito.
Conservaré o modificaré estas características sin tener que dar cuenta a nadie.
Usaré el masculino gramatical si así me place,
declinado las palabras que varíen en cuanto al género,
prefiriendo las formas comunes y las epicenas,
huyendo de aquellos pares con cambio de raíz, como hombre y mujer.
Y, si me place utilizar otro género gramatical, también lo haré.
El género gramatical no implica el personal,
ni cómo se debe comportar quien lo usa.
Este será mi desafío a ti, masculinidad forzosa:
mantener cuerpo, nombre y gramática, sin someterme a ti.
Adiós, masculinidad caduca y aliados. Corta vida os deseo.